Alcázar de San Juan
- Lugar: cementerio municipal
- Geolocalización: 39.379333, -3.209306
- Víctimas: 428 personas Más información
- Estado: Sin intervenir / Reconversión en memorial
- Historia:
El 1 de abril de 1939 todo cambia. En Alcázar de San Juan los días que siguieron a la derrota republicana fueron dramáticos. Una estampida en la estación de ferrocarril provocó numerosos muertos. Las vías de comunicación quedaron colapsadas. Los hospitales de campaña estaban abarrotados de heridos. A todo ello se unían las prisas de los vencedores por ajustar cuentas. Eso parece indicar un expediente localizado en el Archivo General Militar de Ávila, en el que se notifica que el 10 de abril de 1939 aparecieron ocho cadáveres junto a las tapias del cementerio. El comandante militar Alfonso Terrer y Ugarte ordena una investigación a raíz del hallazgo de estos cadáveres y se dirige a su superior, el general jefe del Ejército del Centro, con un informe en el que muestra su descontento por lo sucedido.
Estos ocho cadáveres anónimos eran vecinos de Pedro Muñoz y tenían nombre y apellido: Mercedes Apio, Javier Correa Baños, Manuel de la Rica, Antonio Gracia Ramírez, Yanuario Huelves Mayordomo, Julián López García y José Pulpón Delgado al que llamaban “Chachá”. El último vecino no ha podido ser identificado aún.
En el libro del cementerio de Alcázar de San Juan queda registrado el nombre del primer fusilado: Enrique Molina-Prados Romero, que murió el 18 de junio de 1939. Fue enterrado en la cuartelada segunda, fila 13, n° 38. Cuatro días después, el día 22 de junio, ocho nombres más fueron inscritos en el cementerio, todos hombres acompañados por el epíteto «Reos de justicia» y enterrados a continuación (fila 13, en los pares del 40 al 54). Uno solo de los fusilados fue inscrito con su nombre y enterrado en una sepultura familiar: Julián Román Tejado. Después silencio. Desde ese momento todas las personas que perderían su vida a manos del llamado “Ejército de Ocupación” dejarían de aparecer en el libro del cementerio, ni siquiera en su condición de condenados por el nuevo régimen. Simplemente no están. Se pierde su pista y su identidad: fueron desterrados bajo la tierra.
El 8 de abril de 1940 vuelven a aparecer referencias a «cinco reos de justicia» pero ni siquiera se le concede a cada uno una línea en el libro. Se hacinan en el documento como lo harían físicamente en la cuartelada segunda, fila 3 (n° 25, n° 27, n° 29 y n° 31), de cinco en cinco en cada fosa. Cuatro líneas para poner punto final a las vidas y las esperanzas de veinte personas, quizás para hacer notar la gran ocupación de este exiguo espacio y lo poco que le importaban al registrador.
De vez en cuando, escondidos por la enorme mortalidad que azotó Alcázar en esos años, aparecen en este documento algunos fallecidos en la prisión del municipio, que en esta localidad fueron 46. Pero no en todos los casos, como si hubiera una selección interesada de a qué ciudadanos se debía olvidar definitivamente y cuáles podrían ser redimidos.
Sobre los demás —fusilados o asesinados— a la condena y la muerte se le sumaba la invisibilidad, se les negaba hasta la existencia en el propio registro. Cerca de cuatrocientas personas, hombres y mujeres, solteros y casados permanecieron sin nombre durante años. Eso cambió a partir del año 2003 en el que numerosos familiares de represaliados acompañados por la acción política en colaboración entre IU y el PSOE de la localidad hicieron posible poner nombre a muchas de estas víctimas.
Fruto de este trabajo, el 14 de abril de 2007 se inauguró el monumento en homenaje a las víctimas de la represión de posguerra sobre la propia fosa. La enorme lápida enumera, pueblo a pueblo, la larga lista de personas «que dieron su vida por la libertad», tal y como se lee sobre el memorial
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