Montse García | 07/04/2020
- Destacó la labor del Museo do Pobo para reunir objetos de represaliados gallegos
Los botones de puño de esmalte que pertenecieron a José Rodríguez Silvosa, sastre de Lugo asesinado en 1938, extraídos en la exhumación de Castroncelos (Pobra de Brollón); un recuerdo de As Marías, referentes de la resistencia a la represión franquista en Santiago; una reproducción del retrato que realizó el arquitecto Jordi Tell al artista Mario Granell; un pañuelo con las cosas que tenía Heliodoro Maneses el día de su fusilamiento; una despedida en una cajetilla de tabaco de Vicente Verdejo… Todos ellos forman parte de la exposición As pequenas cousas y son «condensadores de memoria muy fuertes porque es el rastro del asesinado, la última cosa que dejó escrita, la única foto que quedó…. Objetos que dejaron los asesinados y que la familia los ha custodiado como si fueran auténticos tesoros a los que las nuevas generaciones iban accediendo con el paso del tiempo», explica Jorge Moreno Andrés, comisario de la muestra inaugurada a finales de febrero en el Museo do Pobo y que ahora la entidad difunde a través de Internet al estar cerrado debido a las medidas tomadas en la lucha contra el coronavirus.
Los orígenes de esta muestra itinerante, que tuvo su primera parada en Galicia después de exhibirse en Madrid, hay que buscarlos a principios de esta década, en el 2010-11. Nació de la mano del proyecto Mapas de Memoria, impulsado por el departamento de Antropología de la UNED y la Diputación de Ciudad Real. Empezó como una investigación para conocer el número de desaparecidos en esta provincia de Castilla-La Mancha durante el franquismo. La intención no solo era dar cuenta de la cantidad real «-que es importante saberla-, sino también conocer las historias que están detrás de esos números», asegura Jorge Moreno. Con ese objetivo, él y otros compañeros se pasaron tiempo viajando pueblo por pueblo y en esas visitas a las casas «nos hemos encontrado con esas pequeñas cosas, donde se ha condensado la memoria de las personas que asesinaron».
Parte de ese material recopilado durante años es el que ahora exhiben en la muestra itinerante, pero la intención es ir añadiendo más en cada uno de las ciudades que visitan. «Lanzamos el reto de ver en qué medida una exposición puede ser capaz de llamar a los objetos que salgan del armario. El acceso de nuestro equipo a este tipo de material ha llevado un tiempo largo, generar cierta confianza con las familias, entonces, no deja de ser un desafío el hecho de que una muestra sea capaz de convocar objetos a su paso por cada ciudad por la que vaya», explica el comisario. En ese sentido, destaca el trabajo realizado por el Museo do Pobo Galego, con la colaboración de entidades como O Faiado da Memoria y la Asociación para a Recuperación da Memoria Histórica, para reunir este nuevo material gallego. Estos objetos que relatan la represión franquista en Galicia formarán parte de una exposición en Madrid con la que se pondrá el broche y en la que también habrá materiales de otras ciudades como Barcelona, Cádiz, Palma de Mallorca y Logroño.
As pequenas cousas, tal y como fue concebida para el Museo do Pobo, también se podrá ver en otras ciudades gallegas, como Vigo y Lugo, anuncia Moreno, que destaca la labor en la jornada inaugural de las familias gallegas que prestaron objetos a la hora de explicarlos al público. Asegura que con la muestra lo que buscan es despertar la imaginación ya que para muchos supone recordar historias parecidas a las de su propia familia. «Nos ha interesado mucho explicar no tanto la historia, sino la memoria, es decir, todas esas arrugas, esas costuras, esos parches que conservan muchos de esos objetos», añade el comisario incidiendo en el papel relevante que tuvieron las mujeres para que esa memoria se haya mantenido. Para Moreno, este material atestigua que «en España, la memoria histórica se transmitió a través del afecto y no de las ideas, porque no era posible; las ideas se transmiten en el exilio, aquí fue muy difícil».
Y, ¿cómo reacciona la familia? «Hay una necesidad de dar nombres, de que las historias sean públicas y de que los dolores sean compartidos», responde el antropólogo, que también aprecia «muchas ganas de saber» en la población general. En ese sentido, dice que «lo importante es que estos pequeños objetos, sus historias, se visibilicen y generen preguntas en las generaciones venideras».