Shaday Larios | 24/03/2020
Hay gestos detrás de los que suena el rumor de una continuidad, el de una potencia que aguarda. La madre de Vicenta Ruiz le cose un refugio al delantal para no desprenderse de lo único que quedó después de la desaparición del cuerpo de su esposo: un trozo de piedrecita con manchas de su sangre. Una fotografía “intensamente vivida” en prisión por un republicano asesinado por el franquismo (lo afirman sus desgastes, sus suturas) vence distancias, vence la muerte y retorna hacia Benita Lillo, quien en esa imagen fue “intensamente amada.” Un pariente pudo sustraer los testigos inanimados que estaban en el bolsillo del pantalón de Heliodoro Meneses antes de que su piel se perdiera en la oscuridad de una fosa aquella noche de fusilamiento. En la cárcel de Valdepeñas, Vicente Verdejo escribió con grafito su carta de despedida en el interior de un paquete de tabaco, imprimiéndole una huella de inmortalidad a la volatilidad de ese papel ahora grávido y sustancial entre sus descendientes. Son estos gestos que situados, nombrados y compartidos forman Las pequeñas cosas. De cómo los objetos guardaron una memoria perseguida, una exposición de acompañamiento surgida en el 2019, antecedida de diez años de trabajo de campo, llena de estos matices bastante silenciados y dispersos, que cada vez que ven la luz, entreabren un espacio posible para hacer público el trauma, ejercer el derecho a la memoria y acompañar la dignidad de la vida.
En febrero de este año, me reuní con el antropólogo y cineasta Jorge Moreno Andrés, uno de los comisarios y además director de Mapas de Memoria (1), el grupo de investigación multidisciplinar, académico y humanitario, que ideó el proyecto, uno de varios más, centrados en las formas de transmisión de la memoria traumática y en el estudio de las formas de la violencia durante la posguerra española. Un análisis colectivo de la represión franquista abordado desde varios campos, en donde un fuerte componente cualitativo dialoga con la necesidad de visibilizar y aportar datos cuantitativos que no figuran en las fuentes oficiales. Mapas de Memoria recauda voces, testimonia afectos, contrasta archivos domésticos con archivos institucionales (como el archivo de los juicios sumarísimos, abierto por primera vez en 2011 a partir de la Ley de la Memoria Histórica), se desplaza a los sitios, escucha, forja intimidad y propone con ello, distintos formatos de intervención social que devuelvan algo a la sociedad civil.
En un diálogo con Jorge, le mostré mi interés en problematizar, rodear la idea de “la pequeñez” que ocupa un lugar en el título de la muestra. Una dimensión de lo sensible que, me dijo, venía convirtiéndose de algún modo en un rasgo distintivo de su grupo de trabajo. Quizá como parte de la mirada que ablanda el dato duro y lo hace devenir poroso, cercano, críticamente presente y vinculante. Una antropología del detalle que resuena con aquella antropología de lo infraordinario que había imaginado el escritor Georges Perec (“Haga el inventario de sus bolsillos, de su bolso. Interróguese sobre la procedencia, el uso y el devenir de los objetos que ha sacado de ahí”).(2) El cómo se crea subjetividad a partir de los gestos mínimos aunados a las prácticas con las que damos sentido a nuestros objetos, en este caso en el doloroso contexto de las represalias del franquismo y los procesos de transferencia de su memoria.
El desarrollo constante de la confianza mutua, el trabajo de años de observación en el interior de los espacios familiares, la necesidad de las personas por darle un lenguaje al peso del encubrimiento y la inexistencia de lugares públicos que se responsabilicen de este vacío, fue lo que llevó a los antropólogos a pensar una investigación centrada en los pequeños detalles sobre los que nadie espera una pregunta aunque están cargados de significados. Dice Jorge: “Nosotros buscamos primero en los archivos a los desaparecidos, personas asesinadas y luego buscamos a los familiares en sus casas para contraponer los archivos, la historia familiar y la historia que ha quedado en el registro más institucional que es principalmente franquista, archivos, en el fondo de los perpetradores. Queríamos contraponer voces, y entonces hemos hecho un trabajo de muchos años de ir y entrar en las casas. Al buscar esas historias han aparecido los objetos, las personas corporeizadas en los objetos o la memoria corporeizada. En un momento dado, cuando hablamos de alguien, al momento sacan una cajita con muy poquitas cosas, cajas vivas, altares profanos, como los llama Julián López (también antropólogo de Mapas de Memoria). Lo primero que llama la atención es que de alguna manera la memoria en esas cajas ha sido como una especie de frigorífico que ha mantenido muy vivo lo que pasó hace mucho tiempo, un dolor, una ausencia, descubres que en general la sociedad española no tiene ni idea, pero hay casas donde están los secretos que nos hablan de los desaparecidos y se mantienen casi intactos.” (3)
Las pequeñas cosas se enfoca a esa política de lo sutil, la de las sublevaciones diminutas que en su pequeñez constituyen una potencia que aguarda y prepara su detonación gradual en la dinámica de la sumatoria. Una gestualidad reiterativa y singular instigada por el pulso del cuidado, de la persecución, rodeada de verbos que la movilizan en los perímetros ambiguos del secreto. Gestos relativamente pequeños pero intensos, teñidos por el marco de una excepcionalidad que tras tantos años de no poder expresarse, volvió cotidiano el ocultamiento. Igualmente otra capa de la dimensión de la pequeñez tiene que ver con las características en sí de lo que se revela: porque la cultura material de los desaparecidos en general, al ser clases populares, es escasa, por la idea del disimulo, que ha sido necesaria para poder transmitir esa memoria perseguida. Si como dice Gaston Bachelard en su fenomenología de los espacios, hacer casa alude al cómo nos enraizamos poco a poco en un rincón del mundo, estos objetos cavaron sus propios tipos de espacios, se enraizaron en un silencio generalizado para formar un archivo común sin aparente contacto entre sus partes pero persistente en el tiempo. Un archivo subterráneo y disperso que deja ver el tratamiento anómalo que se le ha dado en España a las políticas oficiales de la memoria en relación a los asesinatos de la Guerra Civil y de la dictadura que siguió, bajo el pretexto de fortalecer una transición hacia una democracia fundamentada en el olvido de “las viejas heridas” y en un supuesto ánimo de reconciliación de posicionamientos contrarios.(4)
Mas, desde los fondos domésticos soterrados pierde lentamente el miedo la otra historia que exige atender públicamente la herida del trauma desde una micropolítica de los afectos, con las evidencias materiales y sus inseparables gestos intensos como vehículos simbólicos en la ausencia de los cuerpos. Por eso, en la experiencia de los antropólogos de Mapas de Memoria, como lo dice Jorge, los objetos aparecen solos, al no haber paradero, al haberse hecho justicia, se erigen como amparo. Las historias llevan naturalmente hacia los remanentes físicos y sus vínculos con los poseedores. El paso siguiente es atender su circulación, que es finalmente una observatorio de los modos complejos por los que se traspasa una memoria traumática. Es en este punto en donde se teje una genealogía de los objetos, su vida social (colocaciones, herencias, dónde están ahora, quién los tiene, quién los ha tenido, qué hace la gente con ellos, sus semánticas contextuales). Justamente las preguntas antropológicas nacen en el seno de estos tránsitos porque es debido a ellos que la materialidad se revitaliza, mantiene activa la energía de su sentido, mantiene el aliento de su memoria. Menciona Jorge: “A mí la historia me interesa relativamente, me interesa más bien cómo transita la historia por la vida de la gente hasta la actualidad, me interesa el proceso de la memoria. Los objetos ayudan con sus arrugas, con sus posturas, con sus susurros, nos hablan así de una memoria cosida, de una memoria susurrada, arrugada, que ha tenido que conservar esa forma para poder sobrevivir. Es como si la memoria se materializara en una forma que es el objeto y atravesara el tiempo.”
La posesión intensificada
La memoria perseguida hecha materia va de la mano con una posesión intensificada, que, a los ojos de los antropólogos, es como decir que algo ha sido “vivido en extremo”, o decir que “en un objeto habita lo vivido.” Los desgastes de las cosas son en sí informantes de las prácticas emergentes de supervivencia emocional y de sustitución simbólica ante un duelo sin cuerpos, impedido de exteriorizarse colectivamente. En su libro El duelo revelado. La vida social de las fotografías familiares de las víctimas del franquismo, Jorge describe minuciosamente estas prácticas que son en parte, un aspecto compartido con los objetos que hasta ahora forman la exposición. Cito un pasaje, relacionado con un trabajo de campo en la zona de Chillón: “De todas estas imágenes, ella tiene seleccionadas diez fotografías que guarda cerca de su cama, concretamente entre las hojas de una Biblia que a veces visita. Allí como si de un álbum se tratara, pasa las páginas originales para ir encontrando la imagen de su padre, de su madre, de su abuela, de su tío. De todas ellas, destaca por sus roturas y desgastes la imagen de Pablo Madrid (el tío asesinado), un pequeño retrato que a diferencia del resto, se muestra con tiras de celo, en un intento por pegar las grietas que su intenso uso ha generado. ‘Los abrazos y los besos que esa fotografía ha recibido terminaron fracturando la imagen’ señalaba una de ellas (las sobrinas). No es, por tanto, que esa fotografía se diferencie de las otras porque esté más deteriorada, sino que las roturas mismas revelan algo que la distingue de todas las demás: en ese objeto vive lo vivido.”(5) El duelo revelado es un despliegue pormenorizado de cómo se agudiza la mirada antropológica frente a las marcas y los rastros que habitan en las superficies de los objetos. Dichos indicios son recuperados como signos que hablan de las propias tácticas de resistencia de las historias familiares ante el sufrimiento provocado por los asesinatos, vestigios que asimismo llevan a indagar sobre las generaciones desaparecidas. Por las acciones plasmadas en la propia materialidad de las fotografías, también se pueden encontrar precisiones acerca de procesos de comunicación en el exilio, contextos carcelarios, transferencias entre usos fotográficos y prácticas funerarias, etc. A partir de este último caso, es que Jorge imagina la palabra “inhumanado” como un atributo dado a lo no-humano. Entonces se refiere a fotografías inhumanadas u objetos inhumanados, aquellos que son humanizados por medio de rituales de cuidado con el fin de dignificarlos como si de un cuerpo se tratara. Un fenómeno de transferencia simbólica entre sujetos y objetos dado en el umbral del dolor. En este sentido, relata cómo las familias que no contaban con imágenes de sus desaparecidos, han hecho una potente búsqueda de fotografías para poder honrarlas, las transforman ampliándolas o colocándoles trajes como mortajas, rituales que, como él dice, desean instaurarle a sus muertos un lugar que no tiene porque se desconoce su paradero y/o porque está prohibido cualquier ritual funerario.
Las pequeñas cosas es ante todo un objetuario de la ausencia que mapea simultáneamente la violencia política del franquismo, de ahí que cada evidencia sea en sí una singularidad que condensa su propia manera de afrontarla. Testimonios inanimados que hablan por ejemplo también de los que vivieron en prisión, o de ausencias padecidas desde el exilio, como las pequeñas piedras de carbón que se llevó Alejandro Trapero Recuero, minero de Puertollano a Francia, objetos mágicos colocados en el centro del mueble bar del salón de su casa para tener presentes los valores compartidos entre los mineros del carbón de su región. O como la cartera del exiliado Casto Muñoz, en donde llevaba consigo su cementerio íntimo anotado en un papel: “un hombre que a fuerza de tener que vivir en la distancia, se ha acostumbrado a llevar a sus muertos siempre en el bolsillo.”(6)
Que unos objetos llamen a otros objetos: política afectiva
La respuesta positiva que ha tenido Las pequeñas cosas desde su inauguración el 19 de diciembre del 2019 en la UNED, Madrid, y en su posterior traslado al Museo do Pobo Galego en Santiago de Compostela, ha llevado a los antropólogos a plantearse un llamamiento de más testimonios ahí por donde pase la muestra. Solicitan ayuda de entidades locales centradas en derechos humanos y trabajos con la memoria, pues se prevé un circuito por toda España que culmine en Madrid ya con todo lo recuperado. Si hasta ahora Mapas de Memoria se ha desplazado hasta los sitios en su labor de campo, el llamamiento consiste en atestiguar hasta qué punto unos objetos que ya han salido de su silencio son capaces de llamar a otros objetos profundamente enraizados en el secreto de sus casas. Cómo la fuerza de unas historias de vida puede provocar a otras historias de vida a salir a la luz, bajo una condición de contagio expresivo que normalice gradualmente la necesidad de atender esta memoria traumática públicamente, que deje en manifiesto la importancia de construir y multiplicar espacios de acompañamiento aún no proyectados por las autoridades. El llamamiento es un experimento para ver si es posible romper las duras capas del secreto que recubren el miedo heredado, para ver en qué medida la pequeñez y su magnitud vinculante, empática, tiene la aptitud de abrir un territorio para la confianza y el duelo simbólico compartidos, que al día de hoy reclaman su justicia. Una de las estrategias de Las pequeñas cosas ha sido dar charlas previas que incitan a este territorio sensible, ahí se detecta la urgencia de encauzar el encuentro para la escucha y la colectivización de tantas palabras impedidas durante generaciones. Un sigilo generacional impuesto que revela también amnesias autoinducidas, pérdidas de interés en los más jóvenes en cuanto a saber más, como dice Jorge, sobre el asesinato de sus abuelos o en el mejor de los casos todo lo contrario. Finalmente, el laboratorio de relaciones humanas que es este inventario de políticas de lo sutil, descubre aspectos de su propia política afectiva, termina Jorge: “Yo he llegado a casas donde me dicen ‘yo de política no entiendo’ pero después de crear confianza te dicen ‘yo soy rojo o roja y allá donde vaya siempre diré que soy así, te he dicho que de política no entiendo pero me gusta’. La gente se protege y se sigue protegiendo, por eso el desafío está en adentrarse en esta idea de el no saber, de el no entender, pero que sin embargo se revela en el afecto. Ese es un poco el tema de la memoria en España, una memoria que políticamente ha sido tan perseguida, que la mejor manera de transmitirla es a través del afecto, de la fidelidad al linaje. Los vericuetos familiares por los que la memoria va siendo transportada y que llega hasta nuestros días tienen que ver con circuitos emocionales asociados a la familia y de ahí es que se llega a lo político pero no al revés.”
Termino este escrito con la convicción de que la manera de trabajar de Mapas de Memoria y la “museografía interactiva, de acompañamiento” de Las pequeñas cosas propone muchas preguntas hacia nuestros contextos latinoamericanos, golpeados e inmersos en las descomposiciones afectivas que deja una dictadura o cualquier violación constante de los derechos humanos. ¿Cómo una iniciativa centrada en una antropología de lo infraordinario nos podría ayudar a imaginar otras formas de hacer política, de escribir lo incontenible de la memoria en entornos de desaparición forzada? ¿En qué medida los testigos inanimados desde su pequeñez y sus posesiones intensas (eso que resta en la ausencia de los cuerpos) son mediadores para darle un cauce público, un lenguaje compartido a los umbrales del dolor? ¿De qué maneras podemos acompañarnos, imaginar espacios afectivos comunes que nos sostengan ante la privación constante de la vida?
(1) Una iniciativa del Centro Internacional de Estudios de Memoria y Derechos Humanos (CIEMEDH) de la UNED en colaboración con la Diputación Provincial de Ciudad Real. También son comisarios de Las pequeñas cosas: Alfonso Villalta Luna, Gonzalo Ballesteros, Martín Mariano Comino.
(2) Georges Perec. Lo infraordinario, Trad. Jorge Fondebrider, Eterna Cadencia, 2013, 16.
(3) Entrevista realizada el 25 de febrero del 2020 en Madrid.
(4) Como lo refiere el hispanista Walther Bernecker: “. . . el hecho de que no hubo una clara ruptura democrática con la dictadura franquista ha arrojado una sombra sobre aquellas áreas de pasado que son llamadas lugares de la memoria. La transición fue una especie de pacto de honor por el cual se realizó la compensación de los franquistas por desalojar el poder no haciendo uso político en los años después de 1975 del pasado, de la guerra civil y la represión franquista . . . con su renuncia a la historia, la socialdemocracia española perpetuó la pérdida de la memoria a la que fue obligada la población española en la dictadura. En ambos casos, la marginalización y la represión de la historia sirvieron para estabilizar las estructuras de poder vigentes”. “Culturas de la memoria en Alemania y España, una comparación” en Culturas de la memoria. Teoría, historia y praxis simbólica, Siglo ventiuno editores, 2012, 71-72.
(5) Jorge Moreno Andrés, El duelo revelado. La vida social de las fotografías familiares de las víctimas del franquismo, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid, 2018, 28-29. Las cursivas en paréntesis son mías.
(6) Descripción aparecida en el dossier de la Exposición Las Pequeñas Cosas