Marta Borraz | 06/01/2020
- La exposición Las pequeñas cosas, en Madrid durante el mes de enero, muestra fotografías de objetos custodiados durante décadas por familiares de represaliados.
- Vicenta guarda como un preciado tesoro la cajetilla de tabaco desgastada que su padre usó en 1940 para despedirse de su familia antes de ser fusilado.
- El primo de Heliodoro Meneses presenció escondido su fusilamiento y logró sacar del bolsillo de su pantalón todo lo que llevaba, entre otras cosas, una caja de cerillas de la Fosforera Española o una goma de borrar.
El día antes de que fusilaran a Ángel Ruiz, su mujer, Saturnina, no pudo ir a verle a la cárcel de Almagro (Ciudad Real) en la que estaba preso, como hacía casi todos los días. Una de sus hermanas cogió del lugar unas pocas piedras que estaban manchadas de sangre y las guardó en un baúl hasta poco antes de morir cuando se las entregó a la viuda. Ángel había sido ejecutado el 8 de mayo de 1940, al inicio de la dictadura franquista. Saturnina cosió una bolsita para guardar las piedras, que llevó consigo, en el delantal, durante toda su vida.
Un grupo de investigadores de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), que han formado el proyecto Mapas de Memoria, lleva años recopilando objetos “que guardan una memoria perseguida” y que custodian los familiares de represaliados del franquismo: desde los pequeños guijarros manchados de sangre a una fotografía cosida de Benita Lillo que su marido, Anastasio Godoy, mantuvo consigo en la cárcel antes de ser fusilado o la carta de despedida que Vicente Verdejo escribió en una cajetilla de tabaco antes de ser asesinado.
Las fotografías de muchos de estos objetos se muestran en la exposición Las pequeñas cosas, que se inauguró en Madrid en diciembre y regresa a la capital del 7 hasta el 31 de enero. Durante todo 2020 recorrerá diferentes ciudades repartidas por toda la geografía española. Se trata de elementos “aparentemente insignificantes”, pero que las familias “guardan como amuletos”, explica Jorge Moreno, uno de los comisarios.
Los objetos, que el investigador define como “condensadores de una memoria silenciada”, son también un lugar desde el que mirar al pasado, a un periodo de la Historia de España marcado por la represión y la persecución, el de la dictadura franquista, que aún no ha rendido cuentas. Por eso, las pequeñas cosas que forman parte de la exposición son también un “espacio de resistencia cotidiana y de esperanza” porque conservarlas durante décadas ha sido una forma, no solo de recordar a los familiares, sino de vengar sus injustas desapariciones.
“Cojo el lapicero para despedirme de ti”
No es casualidad que sea Vicenta Ruiz, hija de Ángel y Saturnina, la que tuviera las piedras manchadas de sangre recuperadas del lugar en el que fue fusilado; tampoco que hasta Ángela, la nieta del matrimonio, hayan llegado otros muchos utensilios heredados de sus abuelos que guarda en una caja: una petaca, unas cartas o unas tijeras comparten espacio con una vieja foto de Ángel, que ocupa el centro. La fotografía había viajado con Saturnina allí donde se había trasladado ella a lo largo de su vida. “Donde iba ella, iba la foto”, señalaba la familia.
“El sentido no está en la cosa en sí, sino en la circulación, en el tránsito y en cómo la memoria en España se ha traducido muchas veces en afecto”, cuenta Moreno, también autor de El duelo revelado. En él, el investigador expone la importancia de las mujeres en el mantenimiento de la memoria, que lleva a concluir “la diferencia de género en el trabajo del duelo”. Son ellas, fundamentalmente, las que guardan estos objetos.
También una mujer, Vicenta, guarda como un preciado tesoro la cajetilla de tabaco desgastada que su padre, Vicente Verdejo, usó en la madrugada del 29 de octubre de 1940 para escribir la carta de despedida a su familia antes de ser fusilado. “Carmen, [en] este momento cojo el lapicero para despedirme de ti y de nuestros hijos mi Gregorio y mi Vicentita. Carmen muero acordándome de ti. Has sido muy buena, no te mereces lo que estás sufriendo, ten resignación y paciencia. Recibes todo el cariño de este que hasta mi muerte te está queriendo. Besos para mi Marcela y mis chicos. Este tuyo. Tu Vicente Verdejo”, escribió con letra todavía legible.
45 años después la familia pudo recuperar el cuerpo de Vicente, arrojado a una fosa común. “Estaba delante de ese padre que nunca me había podido tener en sus brazos. Tenía un año y medio cuando fue encarcelado, pero todos los días de mi vida pensaba en él”, decía Vicenta hace unos años en un relato elaborado por el investigador Alfonso Villalta a raíz de mantener varias entrevistas con ella. “Todo lo de mi padre para mí es sagrado”.
Todo lo que llevaba en el bolsillo
La familia de Heliodoro Meneses conserva también unas cuantas cosas que forman parte de la exposición itinerante: un atadillo con los objetos que portaba en el bolsillo de su pantalón el día de su fusilamiento, el 22 de octubre de 1939. El asesinato lo presenció un primo de Heliodoro, que aprovechó el momento en el que los cuerpos quedaron solos aguardando a ser depositados en una fosa común para sacar de su bolsillo todo lo que llevaba: un paquete de tabaco, una carpetilla de papel de arroz para liar, una caja con algunas cerillas de la Fosforera Española, una goma de borrar, un trozo de lápiz y una horquilla. El pañuelo usado como atadillo por la familia mantiene aún algunas salpicaduras de sangre.
Según contó el propio Fernando Olmo, sobrino de Heliodoro, al catedrático Julián López García, otro de los miembros del proyecto Mapas de Memoria, en muchas ocasiones la familia observaba los objetos e imaginaba una y otra vez lo que él debió hacer con ellos: cómo se fumó su último cigarrillo o cómo debió escribir sus últimas palabras con el lapicero.
“Las arrugas, las costuras o los desgastes que conservan todos los objetos, son la muestra palpable de cómo los objetos han cobrado vida y se han vinculado emocionalmente a quienes los han custodiado”, puede leerse en la carta de presentación de la exposición ‘Las pequeñas cosas’. Precisamente con costuras guarda Benita Lillo una fotografía suya que custodió su marido Anastasio Godoy Hervás mientras estuvo preso en la cárcel de Ciudad Real y ella en la de Girona.
Ambos se intercambiaban cartas en aquella época y, en una de ellas, dirigida a su mujer unos meses antes de ser fusilado decía: “[…] dime cuanto sepas de los niños, si te han escrito a ti… pues es de los que más me acuerdo. Casi siempre estoy con tu retrato y el de ellos y así paso ratos agradables”. Ese retrato, hoy conservado gracias al hilo que ha unido los trozos rotos por el paso del tiempo, retornó a la propia Benita. Una fotografía “intensamente vivida en el interior de una cárcel”, señalan los investigadores.
Un ‘Cara al sol’ revolucionario
De la muestra también forman parte las cartas de Anastasio en las que reclama a sus familiares que vendan el armario que poseen para poder comprar unos sellos y papel con el objetivo de poder seguir escribiéndoles. Los elementos beben de tres fuentes: de fusilados, de exiliados y de archivos institucionales. Es el caso del registro de nacimiento de Libertad Vaquero, en el que aparece el nombre tachado y, en su lugar, escribieron el de Máxima en respuesta a una orden franquista que impone un plazo de 70 días para que los padres cambien las inscripciones de nacimiento a los hijos que tengan nombres “exóticos, extravagantes” o relacionados con la ideología de izquierdas.
También del expediente sumarísimo de Rufina Delgado, los comisarios de la muestra encontraron otra de estas pequeñas cosas “que hablan de resistencia”. Y es que esta mujer fue juzgada por encontrar en la cárcel de mujeres de Almodóvar del Campo (Ciudad Real) una cuartilla manuscrita con una versión del ‘Cara al sol’ que habían compuesto las presas, según las indagaciones de los investigadores: “Cara al sol limpiando las lentejas / que nos tenemos que comer”, empezaba el cántico, titulado como ‘Cara al Sol de los presos’. “Volverá a reír la primavera / que Negrín y Pasionaria esperan / arriba presos a vencer / que los rojos vuelven otra vez”, concluía.